En las profundidades del Océano

En las profundidades del Océano

Sonaba “Ruins Garden Drones” de Alio Die y Gregorio Baldini, es una canción que tiene sonidos del agua en cuevas, ríos subterráneos que corren, cuevas de estalactitas y estalagmitas, se siente una suerte de estado profundo del agua, como estar bajo una cueva marítima, como lo experimenté en algunas playas de Fuerteventura y Cerdeña. 

Aquella playa de Ugán, a donde llegamos en una caminata, asemejaba los palacios de Poseidón, ese día me sentí en las profundidades del Océano, y lloré de nostalgia al percibir ése, el único día que mi existencia física conocería ese lugar de la mar. 

Estábamos en el lado Oeste de la isla, mirando hacia el Océano Atlántico y su temperamento. De las costas se alzaba hacia los cielos diferentes configuraciones de roca, se veían claramente las capas de tiempo y la costa sur de la isla que se levantaba como la cola de un gigante. 

Básicamente, nos recibió la antesala del palacio de Poseidón, una estructura grande de arena blanca que se extendía varios km hacia el horizonte, de formas orgánicas y curvilíneas, con pequeños orificios y pasadizos entre sus formas, moldeadas por la mar y el viento. 

Con suavidad toqué sus paredes verticales y corales derretidos de arena, su jardín de esculturas, en donde imaginé bustos y sirenas surreales, jarrones y asientos isabelinos… sin embargo, al acariciar con mis dedos todas esas bellas formas, un poco de arena se desprendía de su cuerpo, las conchas de la eternidad depositadas al paso del tiempo, volaban con el viento y yo comprendía una condición efímera universal inherente a todo a lo que me rodeaba y a mí misma. 

Sentí el tiempo de nuestras existencias comparables, sentí que éramos iguales a diferentes escalas, un segundo para una concha y un humano, o un minuto para la geografía de la isla, eran casi lo mismo a escalas del universo. 

Bajamos de los riscos de aquellos jardines de arena hacia la mar en donde la base estaba formada por piedras más grandes, cambios de color hacia el azul aguamarina y el rosado, la arena tostada y el terracota, aquella cueva en donde entraba el mar era el hogar de miles de cangrejos, a quienes les pedí permiso para bañarnos en las aguas de su cueva marina, que soplaba adentro y afuera sonidos hipnóticos de las profundidades marítimas.

Al continuar nuestro camino, topamos también con una playa de piedras grandes, pesadas y redondas, con gradaciones de grises y negros, esculpidas por el movimientos infinito de la mar y de cada ola que rompe en la playa segundo a segundo , la maravillosa sinfonía compuesta por aquel arrastre de piedras gigantes, me hizo pensar en la mar como escultora y música de todo aquello que la rodea y la compone, del acto de creación constante en el tiempo

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